Estos tomates, lechuga y berenjenas, son ecológicos, de la huerta de mi padre y tienen toda una historia detrás

 

Mi familia ha estado ligada a la tierra. Mi abuelo cultivaba arroz en la Marjalería de Castellón, mi padre cambió a hortalizas y frutas. Es lo que aquí llaman unos llauradors de soca, es decir, labradores de toda la vida

Con 12 años ayudaba a mis padres en las tareas de recogida de las verduras y otros menesteres que había que hacer.

Lo que más me gustaba era plantar el alcachofar, que se hace en agosto, descalza y chapoteando en el barro ¡una fiesta!, lo que menos era cuando mi madre y yo tirábamos de las mangueras para que mi padre pulverizara los frutales.

No se utilizaba ropa de protección, ni mascarillas ni nada. Cuando llegábamos a casa una ducha y tomar un vaso de leche para la «prevenir» la intoxicación. ¡ que barbaridad me parece ahora!  Pero entonces era lo normal, lo que hacía todo el mundo.

Mi padre era un fiel seguidor del Roundup, un herbicida muy potente, le evitaba del quitar la hierba a mano y con ello unos cuantos dolores de espalda. Recuerdo el olor de el cuarto de los medicamentos donde mis hermanos y yo teníamos totalmente prohibida la entrada.

 

En diciembre del 84 el horror ocurrido en la ciudad india de Bhopal  hizo que me planteara que todo aquello que estábamos usando eran los mismos productos que habían provocado tantas muertes.

 

Ahí comenzó mi conciencia Eco, y con ello las discusiones con mi padre por el tema de los tratamientos.

Yo le decía que no usara tantos productos: herbicidas, acaricidas, fungicidas y otros llamados fitosanitarios. Mi padre contestaba que entre pulgones, babosas, ácaros, caracoles y gusanos varios no quedaría cosecha. Yo replicaba que el 50 % para los bichos y el otro 50% para nosotros, que probara…

Pero no, no había manera. Con los años sí que utilizaba menos plaguicidas pero no por conciencia eco sino por su elevado precio y  ya jubilado tenía más tiempo.

Hasta hace 4 años en que un pequeño gesto lo cambió todo.

Uno de los momentos que mi padre disfruta y del que se siente muy orgulloso es cuando su nieto lo acompaña a la huerta. Le compró una pequeña azada y cuando están a los dos cavando como si no hubiera mañana ves que  tienen una conexión especial.

Un día cuando el niño daba sus primeros pasos mi padre lo cogió, le puso un sombrero y lo llevó a ver los primeros tomates.

A mitad camino se encontraron con el vecino y comenzaron a hablar. En ese momento mi sobrino se agachó y cogió una fresa madura que estaba plantada justo donde estaban y se la llevó a la boca.

Mi padre se quedó blanco, con un sudor frió. Dejó al niño con mi hermano volvió hacia la casa y se acostó. Le preguntamos que le pasaba,¿qué había pasado para estar así?

Nos contó que medía hora antes había cogido el bote del veneno de los caracoles para tirarlo a las fresas. Cuando vio que el niño se puso algo en la boca lo primero que pensó es en las bolitas azules del veneno, ¡sin ver que no había llegado a esparcirlo!.

Al día siguiente fue a la cooperativa y se deshizo de todos los plaguicidas y demás químicos.

Mi sobrino consiguió con 1 año lo que yo no había conseguido, convencer a mi padre.

Ahora es totalmente eco, ha aprendido a cultivar de manera diferente, bueno diferente no es la palabra porque la verdad es que ha vuelto a los orígenes, donde unas plantas se utilizaban para curar a otras.

¿Y no tienen buena pinta las verduras? ¡ Pues su sabor es mejor!